¿Un país de espaldas a la ciencia?
Francisco Anguita
Esa
parece ser la apuesta del actual gobierno para nuestro futuro inmediato. Las
pruebas, dos documentos presentados recientemente como gérmenes de un esquema
de actuación y de un proyecto de ley: la Estrategia Española de Ciencia y
Tecnología y de Innovación 2013-2020 (EECTI), y el Anteproyecto de Ley Orgánica
de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE). El primero apunta a la
reestructuración de la investigación científica; el segundo, a la reforma de la
Educación Secundaria.
La
EECTI ha sido criticada con dureza por los representantes de 41 sociedades
científicas españolas, para quienes se basa en una visión mercantilista de la ciencia,
que, de llevarse a cabo, implicaría destruir el sistema público de investigación
(la cita es literal; ver el texto completo del análisis en http://www.aeet.org/Estrategia_Espanola_de_IDi_207_p.htm). Es decir, menos Estado y
más empresa, aunque sea una tan enemiga de la investigación como lo ha sido tradicionalmente
la española. Sin embargo, ninguna sorpresa: es lo que cabía esperar de un
gobierno conservador. El problema es que, como se justifica en el análisis que
cito, esa reconversión liberal traerá
la ruina a un sistema científico que, números cantan, estaba empezando a
despuntar. En fin, todo sea por el Mercado.
Puesto
que en el actual gobierno no existe un ministerio dedicado a la ciencia, la
EECTI ha sido formulada por el Ministerio de Economía y Competitividad (lo cual
ahorra muchas explicaciones sobre el desaguisado); pero, ¿y en la enseñanza?
¿Qué le ha hecho la ciencia a don José Ignacio Wert? Al fin y al cabo, incluso
los políticos conservadores aceptan el papel que esta, como empresa de
descubrimiento de la naturaleza y como palanca imprescindible del progreso de
la sociedad, juega necesariamente en el mundo moderno. Por otra parte, y sin
necesidad de hablar de Cajal o de Ochoa o del desierto que los rodeó en su
tiempo, es poco discutible que el nuestro es un país que necesita más ciencia,
y por ello más cultura científica. Es también evidente que algún esfuerzo se ha
hecho en ese sentido, y probablemente la actual asignatura de primer curso de
Bachillerato "Ciencias para el mundo contemporáneo" (la única materia
científica común del actual Bachillerato, que queda suprimida en el
anteproyecto de la LOMCE) sea la cristalización más clara de ese intento: un
resumen de los maravillosos hallazgos y de las intrigantes fronteras de la
ciencia moderna, además de una lista de los retos científicos de la sociedad
actual. Pero lo revolucionario no es el contenido, sino los destinatarios: todos los bachilleres. Un intento de que
ningún ciudadano sea un analfabeto científico; de que nadie atribuya a la
religión (como hizo, memorablemente, la Reina de España no hace tanto tiempo)
la explicación del origen del mundo y de la vida. De que todos sepan qué es el
genoma, el Big Bang, un tsunami o la
nanotecnología, por qué no se puede entender la vida sin Darwin, o por qué es
imperativo que los automóviles dejen paso a los transportes colectivos. Los
retos de la superpoblación, las amenazas para las generaciones futuras.
Convivir con el planeta en lugar de saquearlo.
Vaya,
se me escapó, debo confesarlo: creo que la ciencia no es neutral. Por el
contrario, estoy convencido de que contiene una ideología. Mi mejor excusa es
que no soy el primero en decirlo. El año pasado, Francisco Javier Martínez, arzobispo
de Granada, lanzó en la Universidad San Pablo CEU una advertencia que ha sido
muy citada: 'Más peligrosa que
"Educación para la ciudadanía" es "Ciencias para el mundo
contemporáneo", pues cada ciencia contiene una epistemología y una
concepción del hombre y del saber'. Afortunadamente, añado. Pero el
corolario es terrible: ¿Puede haber un mundo contemporáneo sin ciencia? ¿Qué haremos ante la próxima pandemia?
¿Procesiones de flagelantes? ¿Y si el nivel del mar sube por encima de un metro
en este siglo? ¿Lo podremos arreglar con rogativas? Quizás, como dicen cada vez
más voces, la sociedad actual ha tomado un camino equivocado e irreversible;
pero, si hay alguna esperanza, es con más ciencia y más tecnología. En esta
coyuntura, fabricar más analfabetos científicos es un auténtico atentado contra
la ciudadanía.
Creo
que, escribiendo esto, he conseguido entender al Sr. Wert: para él, la ciencia
es una casandra, una acusica que nos dice que el famoso Mercado está arruinando
este planeta, que nos lleva a un mundo sin futuro. Ya existían indicios de
ello: en los centros de profesores, donde se actualizan los docentes de
Educación Secundaria, los cursos sobre el Cambio Climático Global están
proscritos en todas las comunidades autónomas donde gobierna el Partido
Popular. Así que, desde el punto de vista de la sufrida enseñanza de la
ciencia, la LOMCE acaba siendo un esfuerzo por matar al mensajero. Un esfuerzo
inútil, quiero añadir: la ciencia se impondrá porque sin ciencia no podremos
sobrevivir. Así que no lloro por ella: mis lágrimas van por las víctimas
colaterales, esos bachilleres que seguirán cojeando, en un mundo cada vez más
científico y tecnificado, con la única muleta de una de las dos famosas
culturas.
Francisco Anguita es profesor jubilado
de la Facultad
de Ciencias Geológicas
de la
Universidad Complutense